MATERIAL SOBRANTE.

 

Soles rojizos y abandonados, dormidos

sobre montes roturados en busca de mies,

de bellas muchachas desafiadas,

muchachos vírgenes añorados y voluptuosos,

todos prietos en nombre de la libertad

que con premura huyen. Se avanza en proyectos

convergentes, noches melancólicas de deseo

y tardos amaneceres revueltos en papeles anónimos

sobre los que descansa lo que hicimos,

y duerme el futuro de tantos deseos y amoríos

que nunca serán como pretendéis pero que

conforman ya la definitiva estancia

sobre la que desparramar el dolor de tener que elegir

como condena, con la garantía de que algo pierdes.

La certeza de no descansar nunca más

en el trance del que naciste ni poder volver

y no obstante negar el destino al que nos llevan

y que, presuntuosos suponemos en nuestras manos,

como si de un beso de los que repartes por placer

o despedida se tratara, cuando no un grito.

Abrir nuevas esperanzas, galaxias incandescentes,

amores que nos abocan al desamor y aún al desatino

pero sin rabia ni compasión, como si de natural

cicatrizaran las heridas abiertas en el cuerpo con ramitas

de hierbabuena. Y doblar las rodillas susurrando

un sí desalentado por placer u obediencia,

y seguir cantando a la vida, la nuestra, aunque

puede ser la personal y cobarde manera de maldecirla.

Y llega el vuelo de tu talante informe y la maldita rama  

preñada, fruto de la fiebre de cada primavera que insiste

que todo es normal, como la vida misma,

sin color en la palabra, de donde deberíamos concluir,

sin dioses mediante ni guías que alumbren,

que desde los ojos a los pies somos material de derribo

ordenado según el pequeño dios al que cada cual

se ampara y, galácticos como somos, con el que convivimos.

Déjame pues si llegó la hora  de arrimarme a tus piernas,

buscar la vida, beber de tu sed y sufrir lo necesario.

Todavía arde mi cuerpo y el vacío apenas sabe qué hacer.

 

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