EL JARDIN DE LAS DELICIAS.
Tuve que doblar las rodillas y aclopado libar. Tu abriste la lucha con largos y ciegos suspiros, yo terminé gimiendo de dolor y placer, derrotado. En el tránsito te gané desnudo y en oración. Ambos tuvimos el placer del olimpo y su cuna, luchamos, a nuestra manera, contra el padre, tratando de descubrir una nueva verdad útil que sobreviviese entre las mentiras por placer. Tuvimos comportamientos que de tan inocentes se nos presentaron como crueles, casi divinos. Por desmesurado huimos del espacio común refugiandonos en la palabra. La mar era de plata y de nuevo tu cuerpo se regaló sobre mi pecho. Sorprendidos los ángeles, nos anotaron como dos cuerpos hermosos, confusos y enamorados.