EN LOS LINDES DE LA VIDA.
Saben que van a morir de viejos, como
siempre lo han hecho,
arrugados y con orden. Conocen que la
mar no es más que agua
y el valle, tierra y piedra. Uniformes,
como el mítico desierto,
enjutos como el esparto, pretenden
tener una larga vida.
Cuando tienen que explicar alguna
maldad, de las que hacen
diariamente, buscan el pretexto del mal
del sol de poniente,
de los genes, de la herencia. Son la
ley eterna de Abraham y Job
que nos obliga, en silencio, a servir a
su comunidad, se sienten
más que amos, caciques. Se aparean y
mueren con su verdad,
la de siempre, inmensa, inagotable. Algunos,
si podemos huimos
desesperados. A los cobardes los persiguen como fantasmas.
Nunca quisimos ser ellos, eludirlos… pero
¿para qué matarlos?
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