La segunda inocencia.

 

Muchos todavía cuentan que somos lo que vivimos, olvidando

que, por ortodoxos vivimos lo que apenas nos dejan.

Cierto que fuimos pueblo una primavera, pero reflotando

hoy somos multitud, anónimos símbolos y revueltos sapiens.

Algunos sueños se disolvieron en el transcurso de los vientos

de poniente y vuelven los agravios insistentes por las noches,

organizan nuevos empeños y deseamos nuevos atributos, nuevas claves

que atiendan a quienes somos porque con ansia nos amamos.

Pero nunca amanece. Desmantelados, los dioses siguen de siesta.

Huyendo, ambos lo sabemos, emergemos de tantas lluvias

que generosos devuelven los mares y volvemos con las ramblas.

Al principio, sin ánimo de quererte para negarte después

me deslumbró tu futuro, luego fue un sutil murmullo ajeno

quien me invadió y tu belleza finalmente despertó mi inociencia.

Me olvidé de tus atributos y me arrebató la idea de saberme tuyo,

atado a tus partes, perdido entre tus luces, recubierto de zozobra.

Escondidos ambos en el viejo cabaret vimos nacer fantasmas.

Nos esforzamos por dormir los muertos y tuvimos que llorar.

Qué miedo a perdernos, a ser uno de tantos rostros perdidos.

Resulta difícil saber cómo hemos llegado aquí, por qué todavía

lloramos juntos y todavía te nombro, asustado por si alzas el vuelo.

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