EL LABERINTO DE LA MEMORIA (Antología) (XXIX)
Pletóricos y modestos, envueltos por el manto
que nos ofreció Narciso, atomizamos la pasión. Fuimos tan frágiles sin apenas
certezas íntimas, con tanta indiferencia y arrogancia nos vimos frente a las
fuerzas del otro y sus referencias que casi no pudimos pasar del reconocimiento
de nuestro cuerpo al deseo del semejante. Los días sucesivos, aquellos que
llegaron sin nuestra anuencia, me adaptaron con el hábito y tú te fuiste
llevándote mis deseos que quedaron como suspiros teñidos de azul intenso,
perdidos en los senderos de la vida. ¿Decirte ahora que era un error tu deseo
de formar parte de mi mundo, sin poderte demostrarte que mi mundo eras tú y
poco más, que el mal es una sabana de seda que cubre nuestra piel pero nos
delata y que en ocasiones nuestra verdad solo se propone justificar lo prohibido? No obstante mis alegorías del niño y el escondite, tu fragancia
de incipiente hembra me arrastró al túnel de la noche y la mágica sal de tus
nalgas y sus salmos fueron las sombras que sugerían tus leyes, condiciones,
deseos, formas y atributos, tenues desde la despensa donde te guardas revuelta,
“arcángel de la folia, testamentário
dos desejos mais fácil”. Lo cierto es que a la
progenie de vencidos, los que un día te poseímos, solo la exégesis del placer
nos queda.
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