EL LABERINTO DE LA MEMORIA (Antología) (XXX)
Las apariencias propusieron que ambos fuéramos, mujer y
hombre, por deseo del otro, aunque nunca renunciamos a ser cada cual espontáneo
manantial que titubea convertirse en río o mar. Todo era posible en aquellos
tiempos. Todavía es un misterio quien medió entre los dos. Pasó el tiempo,
siguen los ribazos, pero el sol es difuso, casi azul de enamorado, desierto de
odio y llanto y tu boca que se negó a seducirme, ahora gime y desespera por un
sucedáneo mientras que a distancia y en paralelo tus pechos sobre los míos
lloran. Mucho antes de ser tú un mito, mi palabra ya era un ritual que, contra
todo pronóstico, buscaba la transparencia, un pilar recio donde tu primavera
morase, sin más temporalidad que los puntos cardinales y el orden jerárquico de
la referencia. De ahí que tus ojos me pierdan cada día y me ganen cada noche.
Así fue cómo tu exactitud se abrazó a tu descaro, estableció su norma y
emergieron las relaciones, mucho más allá de donde tu luz alcanza y tu templo
adquiere el refugio. Memorable magisterio, tu cuerpo fue más que el placer que
promueve la vida, y ésta sobrepasó la natural belleza de tus formas, deseadas y
conseguidas por tantos. Fue suficiente cambiar el orden de tus pasiones y
manipular la erupción para incorporar lo claro y lo confuso huyendo de lo
incomprensible.
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