EL LABERINTO DE LA MEMORIA (Antología) (III).


Sobre mi pecho nos hicimos singulares, o fue suficiente romper cadenas sin conseguir abrir los eslabones. Armamos espectáculo de la entrega sin caer en la cuenta de la conveniencia de disolvernos, como si nuestro encuentro y sus consecuencias hubieran sido tan solo un vuelo de apareamiento y desconocidos nos estrecháramos a tientas. Aunque, ahora que tengo el tiempo por aliado, confieso que siempre deseé, no tus nalgas, pero sí lo que sugieren. Algún día notarás sobre tu piel, debajo de una de esas robustas e intensas moreras que rodean tus sueños, el reverberar del beso concupiscente, el delirio telúrico que penetra en los más extraños desatinos y nos hace universales, a pesar de la banalidad con que, a veces, nos amamos. ¿O acaso la sucesión de tiempo que organizamos como una vida es algo más que saltar de encuentro en encuentro hasta encontrar el vacío? En fin, voy a olvidarte pero para reconstruirte. Qué más da de dónde vienes ni si me esperas. Ni si en las noches más impetuosas crujes como el agua en mitad de la hoguera. Quién sabe mañana qué recuerdo de este momento tendré.

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