Mirada. Es cierto que nunca nos lo propusimos abiertamente como si el perfil de un cuerpo no fuera con nosotros bien pero al menos después de recibir las embestidas ciegas del amor adolescente deberíamos saber que cada mirada abre una disyuntiva de cielos posibles y requiere un esfuerzo igual que el afán de supervivencia y de emancipación abre escenarios para los encuentros demasiados intentan a hurtadillas y aun con sacrificio reinstaurar la tradición la que fue nuestra que es la tuya y que ahora se difumina en las noches bendecidas pero cuando el deseo se rinde de soportar la máscara obliga a una aproximación privilegiada por inusual en el entorno de tu cuerpo proclive al ámbito amoroso de donde nace todo cuanto medir y besar se puede siempre con subalternidad hasta hoy hemos tratado de adquirir la tutela prevaleciente pero enamorados de cuanto ansiábamos hemos intentado lo justo y lo necesario como cuando al anochecer nos apetece contemplar la luna o salimos por la calle ...
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EL ABRAZO DE SPINOZA.
El corte profundo que tu vida propone no acaba con el recuerdo de donde vienes marcado, resiste en tus entrañas y deseos aunque cada primavera la crisálida levante el vuelo con la esperanza de un nuevo mundo si lo encuentra en el punto de partida. Todos somos uno ramificado, cada día empezamos una brega buscándonos fatigados de vivir concluimos que cualquier camino conduce al lugar de donde venimos. No siempre aparece claro, por el empeño de vivir si soy hijo, madre, hombre o mujer. Tal vez todos están en mí y por eso os amo y cada cuerpo obtiene la custodia y el placer de mis recursos y el amor que resta del embargo de mi vida.
TRIANGULAR.
Casi como si imprescindible fuera la exaltación del recogimiento, junto a la vuelta del aliento que promueve la lujuria cotidiana y el exceso de altibajos que no niegas, así tu gesto simula y ordena. Del retorno de tus días surge siempre la duda, y tu compostura tan natural nos hunde en el orden y la norma, cerrando suavemente la alegría abierta por los impulsos y los deseos encubiertos de tus pechos, cuando asoman. Pero los tres sabemos que nacen borbotones incontrolables a nuestro pesar, quizás para que sigamos con el anhelo de desearte cada noche y cada día, mientras tú nos susurras calma, como si la vida fuera inagotable y hubiese que ordenarla sin atender al desbordamiento tumultuoso que nos propone tu cuerpo.
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