CERCA DE ALEJANDRÍA.

¿Acaso era posible amarte sin poseerte, acariciar tus pechos 
sin absorberlos, rellenar tus ausencias sin saber su hondura? 
Todos mis amantes lo fueron después de derrotarlos, desnudos 
y perdidos en un rincón de la alcoba. Aun así, eras sutil 
hasta conseguir un amor eterno y perverso, efímero, divertido. 
Como la eterna variedad de los veranos en expansión 
que preceden y avivan el otoño. Ahora, después de algunos años 
y cuarenta días, en el nuevo cruce de caminos, la misma mirada 
nos volvió a tentar, o tal vez fue, tan solo una nueva 
y prolongada maldad de Jehová. Pero no llamo a tu puerta, 
no. Llamo a la de todos, aunque en el intento pierda parte 
de tu sonrisa, tan única como imposible. Digo que, 
en esta brega, qué importa nuestra historia y sus evidencias 
evocadas, aquellas que no encontraron nombre, ni metáforas 
muertas, ni los enigmas inesperados que ordenaron 
las desavenencias entre tus labios y tus besos y el mendrugo 
de pan que mantenía tersa tu piel adolescente.Tantas cuantas 
alegorías fueron en la luz del último día, todas, despertaron 
bajo el solano a las puertas de Alejandría, y buscan todavía 
poseer tus, ay, largos días de gozo y pena.

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