LA SOBERBIA DE LOS INDICIOS SECUNDARIOS.
Hubiera sido suicida quedarme
sujeto a tus muslos sin percibir qué vientos levantaban tus deseos y tantos
otros pliegues que anunciaban el choque de tus manos con mis más poderosos y
ocultos deseos, en tu afán infantil por poseer todo cuanto ajeno, pero a imagen
y semejanza tuya, deseas. ¿Cómo pretendías poseerme sin renunciar al orden que
nos hace iguales? ¿Acaso no sabes que solo un amor sin futuro conduce al placer
con naturalidad y ambos, desde niños, apostamos por un amor, como todo lo
eterno, sin historia? En alta mar, sin más luz que la sobrante, fui tuyo unos instantes,
los justos para admirarme de tu vigor, de tus deseos de sobrevivir y perpetuar
tu especie (dudando si también la mía,) de afrontar pasiones y desmanes, de
hundirte en el placer ciego y buscar las anónimas corrientes, a tus caricias sujetas,
que empujen la nave. Para mí, qué más da hacia dónde; por eso fuiste el capitán
de la nave y yo el grumete sometido a tus poderes y supe del dolor de tu
derrame, ni héroes ni villanos. Porque yo tengo la juventud y tú el recuerdo,
yo la belleza y tú el aprecio y ambos el candil de la vida. Sí, es el secreto que todavía
perturba al hombre y a la mujer. Nuestro más íntimo secreto reposa sobre la
duda y mantiene ciego el placer.
Comentarios