EL RIESGO DE LA DIVINIDAD.
Hubo sus más y sus menos. Recuerdo
que al mirarnos, alguien comentó que, aunque la vida nos había esparcido
espléndida, en casi todos los mundos posibles habíamos nacimos nardos, adecuados
unos, insólitos otros. Al parecer, dijeron, nos habíamos comportado con la
dignidad adecuada. Lo cierto es que todos veníamos cargados de historias,
ajenas algunas, y aún había tiempo para resolverlas. Tal y como amaneció, ¿cómo
pensar que nos robarían? Al fin sucedió que éramos como dijeron. Llegamos con volados
de encaje, amplios, resueltos y acompañados, rociados, compañeros de la aurora
blanca. Aún así, hubo que reportarnos, indagar para saber quién era cada cual. No
fue fácil porque, aunque todos los golpes recibidos eran igual, no tenían el
mismo origen y una frágil historia los cubría. Pero de nuevo las miradas nos
identificaron. Horas después, días quizá, supimos que, aunque intentamos llegar
desnudos y cubiertos de luz, teníamos los hombros hundidos de soportar recelos,
malicias y consejos, de sublimar deseos y habíamos aprendido a contar nuestra
historia montados sobre el vaivén del deseo y asumir nuestro futuro inestable. Por
eso cuando te vi tan dentro de ti mismo supe que éramos viejos y amigos, y no
solo por tanto como preguntábamos, también porque todos éramos, aún, una obra
abierta, quien sabe hacia dónde. En todas las ciudades vimos al mismo dios
indolente y a sus discípulos bailando sobre el asfalto y saciando el hambre de
adolescentes, ciegos de imágenes para poder vivir. Ahora que el tiempo disolvió
aquellos escenarios donde fuimos héroes, los dioses, brujas, doncellas, buenos
y malos han tomado el camino del olvido, ese indefinido mar del que somos
confluyentes. Pegados a todos ellos, a escondidas, se nos van perdiendo jirones
de nuestra larga vida, mientras la memoria, tan atenta un día a su patrimonio,
intenta rellenar el vacío con nuevas caras extrañas. Puede que también tengan
derecho a habitarnos, a huir de la autotélica mirada, del eterno propósito de
la utilidad. ¿Deberíamos confirmar la moralidad para ser inmortales contigo? ¿A
qué tanta severidad? ¿Dónde estabas cuando caímos? Sigamos, pues.
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